Seguramente, mientras lees estas líneas, podría parecer contradictorio afirmar que nuestro cuerpo es frágil y, a la vez, una máquina asombrosamente resiliente, capaz de adaptarse y fortalecerse. Sin embargo, si descuidamos este templo que habitamos, la fragilidad se manifiesta en dolores y limitaciones que merman nuestras capacidades.
De jóvenes, esa fragilidad parece lejana, oculta tras la energía y la capacidad de regeneración que nos permite compensar muchos errores. Pero el tiempo y los hábitos de nuestra sociedad, marcados a menudo por largas horas en posturas mantenidas, van dejando su huella.
Recuerdo mi época de operario en la fábrica o como camarero, que sentía molestias constantes, dolores que te hacen pensar y preguntarte "¿esto va a ser siempre así?", una idea aterradora. Para mí, el punto de inflexión llegó subiendo las escaleras a mi casa, con 34 años y sintiendo que las piernas no respondían como yo quería. No quería que esa fuera mi realidad para siempre, y ahí empezó mi búsqueda.
Hoy, quiero conectar esa fragilidad personal con una más amplia, la que vimos hace poco durante el histórico apagón que sufrimos en España. Dependiendo de la zona, duró de poco más de una hora a casi doce.
Una parada en seco que nos recordó cuán dependientes somos de los sistemas que damos por sentados.
En ese momento, yo estaba en el gimnasio con mis compañeros y mi socio. Tras las primeras bromas nerviosas sobre si era cosa de rusos o de un ataque cibernético, la realidad nos golpeó: no era solo el edificio o la manzana, era gran parte del país. Empezó la preocupación: ¿qué hacemos? ¿Cómo gestionamos la batería de los móviles? Internet no funcionaba, y no teníamos una radio a mano para saber qué pasaba.
Me sentí como aquellas familias de antes, sentadas juntas frente a la radio o la tele
Y aquí es donde sentí la diferencia crucial entre estar solo y estar en comunidad. Dentro de ese pequeño grupo, alguien tuvo una chispa: recordó que los móviles Android tienen radio FM que funciona con auriculares de cable. De repente, un recurso olvidado se convirtió en nuestro cordón umbilical con el mundo exterior. Nos sentamos alrededor del teléfono, sintonizamos la primera emisora que daba noticias y, mientras compartíamos impresiones, me sentí como aquellas familias de antes, sentadas juntas frente a la radio o la tele, recibiendo información a través de esas "ondas mágicas". Estar actualizados, juntos, nos hizo sentir bastante conectados y seguros.
Esta experiencia subraya que, en momentos de crisis o limitación, la comunidad nos hace menos vulnerables. Las personas que estaban solas se encontraron en una situación de mayor indefensión, sin esa red de apoyo inmediato, sin ese conocimiento compartido, sin esa simple presencia que reconforta.
Esto nos lleva a preguntas incómodas: ¿Somos frágiles por naturaleza, o nos hemos vuelto más frágiles debido a las comodidades que nos rodean? ¿La ciudad, con su aparente seguridad y sus sistemas eficientes, nos hace sentir protegidos, pero al mismo tiempo nos vuelve indefensos ante nuestra verdadera naturaleza, que quizás requiere otras habilidades para sobrevivir o simplemente manejarse ante lo imprevisto? El apagón forzó una pausa, una reflexión sobre nuestra dependencia y sobre qué significa realmente ser capaz. (Por cierto, la necesidad de tener efectivo a mano fue otra lección clara, algo que exploraremos en otro post más adelante).
Pero la historia no termina en la fragilidad. Nuestro cuerpo, como nuestra sociedad en microescala, también posee una resiliencia asombrosa. La capacidad de levantarnos tras una lesión, de adaptarnos a los cambios, de encontrar nuevas formas de movernos. He visto una y otra vez que el primer paso crucial para activar esa resiliencia es no sentirse solo, buscar apoyo y, fundamentalmente, confiar en el proceso y en quienes pueden guiarte. Cuando superas la creencia de que tu dolor es único y te abres a recibir ayuda, la recuperación se acelera de forma sorprendente. Confianza, trabajo y tiempo se alinean para jugar a tu favor.
Y aquí es donde entra un concepto fascinante: la antifragilidad. Nuestro cuerpo no solo puede recuperarse del daño, sino que, bajo las condiciones adecuadas, puede volverse más fuerte gracias al desafío. Es un principio poderoso que exploro en mi Masterclass sobre la Antifragilidad, donde desvelo cómo nuestro organismo está diseñado para adaptarse y prosperar ante el estrés.
Ahora me gustaría escuchar tus experiencias:
¿Has vivido momentos en los que la fragilidad de tu cuerpo te ha puesto a prueba? ¿Cómo has encontrado o desarrollado tu propia resiliencia ante el dolor o los cambios que te han apartado de tu rutina? Comparte tu historia en los comentarios.